Perfeccionismo vs acción

Entre la parálisis y la impulsividad

¿Cuántas veces has retrasado un proyecto porque “todavía no estaba perfecto”… o cuántas veces has lanzado algo tan rápido que luego se te volvió en contra?

A mí me ha pasado de las dos formas. Y probablemente a ti también.

Déjame presentarte a dos personas que, en el fondo, seguro reconocerás porque todas tenemos un poquito de ellas.

Laura: la perfeccionista

Laura lleva meses con un proyecto de ilustración. Tiene carpetas llenas de bocetos, revisa, corrige, borra… pero nunca sube nada.

Cada vez que está a punto de compartir, aparece esa vocecita: “No está listo, todavía falta”.

Lo que empezó como ilusión se convirtió en bloqueo. El perfeccionismo le dio estándares altos, sí, pero también ansiedad y una autoexigencia constante. Y aunque parezca exagerado, esto no es un caso raro: estudios de Harvard muestran que el perfeccionismo desadaptativo — ese que se enfoca en evitar errores — está asociado con depresión, ansiedad y fatiga crónica.

Es el famoso paralysis by analysis: tanto miedo a equivocarse, que al final no se empieza. ¿Te suena?

Y luego está el otro lado: Carlos, el doer compulsivo.

Carlos es todo lo contrario. Para él, lo importante es lanzarse. Vive con el lema “mejor pedir perdón que permiso”.

Cada semana tiene una nueva idea que convierte en proyecto. Lanza webs a medio armar, pitch improvisados, servicios sin testear. Y claro, su energía es contagiosa, pero a veces deja clientes frustrados, equipos cansados y promesas incumplidas.

Ese impulso de hacer sin parar le permite aprender rápido… pero también lo atrapa en un ciclo de “hacer por hacer”.

Y aquí hay algo interesante: la cultura startup ha glorificado mucho a los “doers”. El método Lean Startup y la idea del Producto Mínimo Viable nacieron con esa filosofía.

De hecho, Groupon empezó con un simple blog en WordPress, donde se publicaban camisetas y descuentos por correo. Esa prueba improvisada, casi casera, se convirtió en menos de dos años en una de las plataformas de cupones más grandes del mundo. Un ejemplo de cómo un inicio sencillo puede escalar rápido.

En el otro extremo está WeWork. Lo que empezó como un buen concepto de oficinas compartidas se convirtió en una expansión descontrolada: aperturas sin estrategia, miles de millones en inversión y mucho hype. El resultado fue un colapso financiero y una cultura interna marcada por un liderazgo tóxico.

¿Y entonces qué?

Quizás al leer sobre ellos hayas pensado: “Vale, yo no quiero quedarme bloqueada como Laura, pero tampoco perderme en el caos de Carlos.”

Y es verdad: no se trata de elegir un bando, sino de entender qué nos arrastra hacia un lado o hacia el otro. Muchas veces no es tanto lo que hacemos, sino lo que nos decimos a nosotras mismas.

Son esas frases invisibles —las que parecen sabias o inofensivas— las que nos empujan sin que nos demos cuenta.

Las creencias invisibles que nos empujan a un extremo

Del lado perfeccionista aparecen creencias como:

  • “Si voy a hacerlo, tengo que dar el 100%.” → Suena motivador, pero como nunca tenemos el 100% de claridad, tiempo o energía, terminamos postergando o exigiéndonos de más.

  • “Si me organizo mejor, tendré control absoluto.” → Parece lógico, pero es una ilusión: siempre habrá imprevistos, y esperar tenerlo todo bajo control solo retrasa la acción.

  • “Si sale bien, tiene que salir a la primera.” → Este pensamiento invalida el error como parte natural del proceso y bloquea la iteración.

Y del lado del doer compulsivo nos encontramos con frases como:

  • “Mejor hecho que perfecto.” → Tiene su parte de verdad, pero usada como excusa justifica lanzar sin validar ni cuidar lo esencial.

  • “Mientras más proyectos abra, más avanzaré.” → Confunde movimiento con progreso: demasiados frentes abiertos dispersan la energía.

  • “Si me detengo, me quedo atrás.” → Es la voz de la urgencia constante: pensar que cualquier pausa es pérdida, cuando en realidad parar da perspectiva.

Cómo darle la vuelta

Quizá al leerlas hayas sentido un “ouch, esa es mía”. Y está bien: identificarlas ya es un paso enorme, porque dejas de estar en piloto automático.

El siguiente paso es reinterpretarlas.

  • Si te descubres pensando “si no es al 100%, no sirve”, cámbialo por “voy a empezar con lo que tengo, y luego lo mejoraré”.

  • Si te oyes decir “si me detengo, me quedo atrás”, prueba “pausar es parte de avanzar, me da perspectiva para decidir mejor”.

  • Si tu mente insiste en “mejor hecho que perfecto”, añade el matiz: “mejor hecho… pero con lo básico bien cuidado”.

El objetivo no es borrar estas frases, sino darles un nuevo sentido que te impulse en lugar de frenarte.

El valor de integrar

Al final, el perfeccionismo —cuando es sano— nos ayuda a cuidar la calidad. La acción rápida —cuando está bien canalizada— nos da movimiento y aprendizaje.

El reto está en mezclarlos, o en rodearte de quien te complemente:

  • Si tiendes al perfeccionismo, busca gente que te empuje a hacer.

  • Si tiendes a la impulsividad, apóyate en alguien que te ayude a poner foco y revisar.

Si quieres seguir explorando este tema, aquí te dejo algunos recursos que me han servido:

  • The Lean Startup, de Eric Ries → sobre lanzar y aprender rápido.

  • The Gifts of Imperfection, de Brené Brown → sobre soltar la autoexigencia.

  • Artículo: Perfectionism is increasing, and that’s not good news (Harvard Business Review).

  • Podcast: The Tim Ferriss Show → episodios sobre prototipado y aprendizaje de errores.

Trabajar desde el In-Between

El verdadero valor está en el punto medio: crear con cuidado, pero también con movimiento.
Ese lugar intermedio es donde las ideas se transforman en proyectos reales, sostenibles y con impacto.

🌱 Bienvenida al In-Between.

Siguiente
Siguiente

Creatividad vs estructura